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La decepción entre padres e hijos

- Los hijos necesitan saber lo que sus padres esperan de ellos.
- ¡Cómo vas a decir eso! ¡Es ponerles mucha presión! Ellos tienen que decidir por sí mismos lo que quieran hacer.
- Pues sí. Al final ellos van a decidir por sí mismos, pero tienen que saber lo que se espera de ellos. Y para que te sorprendas más todavía, no se trata sólo de premiarlos porque hagan lo que tienen que hacer, sino que a veces hay que castigarlos por hacer lo que no deben.
- ¡Qué crueldad! Eso de castigarlos puede dañar la relación con los padres.
- Cierto, la puede dañar. Pero toma en cuenta que premiarlos demasiado también puede ser malo.
- ¿Y cómo así?
- ¿Qué te parece si cada vez que haga algo que tiene que hacer le dieras un premio? Digamos, por sacar buenas notas. Eso es algo que tiene que hacer, estudiar es su responsabilidad. Pero bueno, durante todos estos años, cada vez que llega con una buena libreta, le compras un premio. Un día, se te acaba la plata, así que te da la libreta y tú le dices “¡Felicitaciones mi amor!” Tú sabes lo que él espera de ti, ¿cierto?
- ¿El premio?
- ¡Claro! Y se va a sentir decepcionado cuando no se lo des. Imagínate, los niños pueden decepcionarse de lo que nosotros hacemos o dejamos de hacer. ¿Y los padres y madres no podemos decepcionarnos? ¡Si es algo natural! Nosotros sí sabemos lo que ellos esperan de nosotros. Pero en una cultura de dar premios por cumplimiento, hay que cuidar que a veces ellos hacen las cosas, no porque nosotros las esperemos o porque tengan que hacerlas, sino porque esperan recibir algo a cambio. Fíjate que nadie les quita el derecho a escoger lo que quieren, pero nadie les debe quitar a los padres el derecho de sentirse decepcionados por algo que sus hijos hayan hecho mal. Mira, ¿alguna vez tú esperabas que tu hijo hiciera o dijera algo y no lo hizo, y te hizo sentir triste por eso?
- La verdad es que sí, muchas veces.
- Y aun así no has dejado de amarlo, ¿cierto?
- ¡De ninguna manera! Nunca voy a dejar de amar a mi hijo, sin importar los errores que cometa.
- Sin importar cuántas veces te decepcione.
- ¡Así es!
- Pero te va a decepcionar muchas veces más si no sabe lo que quieres. Y si no sabe que te ha decepcionado, pues no le va a importar.
- Yo creo que sí le importa cuando me ve decepcionada.
- ¿Por qué crees que le importa?
- Yo creo que le importa porque me ama, y no le gusta ver que me sienta mal.
- A ti tampoco te gusta sentirte mal.
- ¡Claro que no, no soy masoquista!
- Ni tu hijo es adivino.
- ¿Te estás burlando?
- ¿Cómo esperas que tu hijo sepa lo que debe hacer o no hacer para no decepcionarte, si no se lo dices? Si no le dices, te va a decepcionar, te va a ver triste y se va a poner triste también, pero sólo al principio. Luego de algún tiempo se va a acostumbrar, y a pesar de que te ame, va a hacer las cosas que te decepcionen porque va a estar acostumbrado a que, simplemente, siempre ha sido así.
- ¿Entonces?
- Entonces, lo que tienes que hacer es decirle lo que esperas de él. Si ya tienen problemas muy graves o por mucho tiempo, deberías buscar un psicólogo que los ayude. Pero por lo pronto tienes que decirle que tú serías feliz si lo vieras hacer esto o lo otro. Que serías feliz si lo vieras lograr esto o lo otro. Que una profesión te gusta más que otra. Que un tipo de pareja te gusta más que otra. Que si decide tomar otro camino probablemente no seas tan feliz, pero que no vas a dejar de amarlo. Y eso se enseña no sólo con los temas trascendentales de la vida como la profesión o la pareja, sino con las cosas del día a día, desde lavarse los dientes, vestirse y peinarse, pasando por las siguientes responsabilidades como el estudio y el esfuerzo por sacar buenas notas, la práctica de arte o de deporte. Hay chicos que lo entienden muy fácil, pero con otros, toca levantar la voz. Y al final de cuentas, ellos van a terminar decidiendo qué quieran hacer, van a satisfacerte en unas cosas y decepcionarte en otras. Así, mientras les vas enseñando a no ser egoístas, también les vas enseñando que ellos son responsables de su vida, al mismo tiempo que ellos van aprendiendo que los padres no siempre tienen la razón. Eso les va a servir de mucho cuando también sean padres, porque van a transmitirles a tus nietos los valores que tú les enseñaste a formar.
- ¡O sea que ya me estás haciendo abuela! No vas a querer que también me encargue de educar a los nietos. ¡Las abuelas son para malcriar a los nietos! ¿Sí o no?
- Eso lo conversamos otro día, con otro café.