La vida puede compararse con un
enorme rascacielos al que debemos subir. Los seres humanos iniciamos en uno u
otro piso nuestro ascenso, según el nivel en el que nacemos, pero aun los privilegiados
se hallan en estratos bajos pues el rascacielos es altísimo.
En cada piso hay dos zonas
perfectamente diferenciadas: la estancia de distracciones, repleta de amigos,
camas, televisores, fiestas y juegos; y un amplio salón lleno de talleres y
mesas de estudio. Ante ambos se encuentra el túnel de los elevadores. Cuando se
abre la puerta de uno, muchas personas suelen saltar y correr hacia ella.
Rápidamente se hace una fila. El operador formula entonces una pregunta a la
persona que llegó primero. Si no sabe la
respuesta correcta se le descarta y se hace la pregunta a la siguiente persona.
Así se continúa hasta hallar a la que
tiene los conocimientos requeridos; a ésta se le transporta a un piso superior.
Algunos, decepcionados, regresan a la estancia de distracciones, otros se
quedan en el túnel para volver a intentarlo.
Hay quienes se la pasan
caminando, buscando que los elevadores se abran, pero sin trabajar ni estudiar,
de modo que jamás suben porque no adquieren los conocimientos exigidos. Otros,
por el contrario, laboran en los talleres y están tan entretenidos que no se
ponen de pie cuando el elevador se abre. Estos, aunque tienen los
conocimientos, son demasiado timoratos para ser elegidos.
La persona que logra subir, se
encuentra con que la estancia de distracciones del nuevo piso es más atractiva
aún que en las inferiores. De la misma forma los talleres y mesas de estudio
muestran mayor dificultad; por eso, cuanto más alto es el piso, hay menos
candidatos para subir cada vez que se abre un elevador.
Algunos, frustrados, amagan al
elevadorcita y suben los pisos a la fuerza. Es una pena. Al llegar arriba son
arrojados por la ventana. Los que se quedan abajo, a veces difaman y se burlan de los que suben diciendo que
tienen buena suerte.
Si “suerte” significa poseer los
conocimientos necesarios y, al mismo tiempo, tener la agilidad para ponerse
frente a la puerta que se abre, efectivamente, los grandes hombres han tenido
buena suerte.
Texto tomado de Volar Sobre el Pantano
de Carlos Cuauhtémoc Sánchez