- ¡Papá! ¿Por qué es tan difícil construir una montaña rusa?
- No lo sé. Supongo que el problema es que ni tú ni yo somos
rusos.
- ¡Ay, papá! ¡Ya me estoy cansando!
Papá también se estaba cansando. Era un juego de
construcción muy divertido, pero también muy complicado. Había sido el regalo
favorito de la fiesta por los seis años del niño, y ya tenía más de media hora
a padre e hijo sentados en el suelo, rodeados de cables y piezas magnéticas.
Sin embargo, apenas habían encajado tres rieles de la pequeña montaña rusa.
- Estas instrucciones están muy difíciles de entender.
- Pero tú sí sabes leer. ¿Por qué no las entiendes?
- Es extraño, parece que todo estuviera en clave.
- Creo que ya sé dónde está el problema. Nos dieron las
instrucciones en ruso. ¡Je je!
Papá se sintió orgulloso. Mucha gente pierde el sentido del
humor cuando se enfrenta a desafíos difíciles. Su hijo era diferente. Siempre
encontraba algo que animara a los demás cuando se sentían tristes, asustados o
cansados.
Recordó aquella noche en que la perrita traviesa partió con
un solo mordisco la muñeca favorita de la hermanita. Mientras ella lloraba, el
niño fue a buscarle otros juguetes que le hicieran olvidar a la muñeca
destrozada, al menos por un momento.
- ¡Je je! Parece que estuviera en ruso. Pásame por favor esa
pieza para probar si va aquí.
- Papi, ya has probado todas estas otras piezas y ninguna va
allí. ¿Hasta cuándo tenemos que seguirnos equivocando?
- ¿Equivocando? Pues fíjate que no nos hemos equivocado ni
una sola vez.
- Pero papá, no te das cuenta, hemos probado doce piezas
diferentes y ninguna calza. Eso es equivocarse.
- Yo no lo veo así. Cada pieza que probamos es para mí como
un experimento que me permite descubrir algo. Hemos hecho doce experimentos exitosos
en los que hemos descubierto las piezas que no van en este lugar.
El niño comprendió muy bien. Era como una esponja que
absorbe y aprende con una rapidez asombrosa.
Papá vio los ojos brillantes de su hijo y pudo saber
exactamente lo que estaba pensando. “Hacer experimentos que siempre sean
exitosos… eso me va a servir de grande cuando sea un inventor”.
Entonces ocurrió lo inesperado.
- ¡Papi, mira! Estos símbolos en los extremos de las rieles
son iguales a las letras rusas que salen en las instrucciones.
El niño había descubierto la clave. Mamá siempre decía que
él era muy bueno para armar y construir, porque comprendía cómo funcionaban las
cosas.
- Ahora todo será muy fácil, papi. Mira esta pieza va aquí.
Encajó perfectamente. Y la siguiente pieza también. Cinco
minutos más y la montaña rusa estuvo lista.
- ¿Quieres llamar a tu mami y tu hermanita ahora?
- Espera, papi. Primero tenemos que probarla. Tiene que
estar perfecta cuando la vean.
Papá conectó el enchufe. El niño cerró los ojos y oprimió el
botón verde. La pequeña montaña rusa parecía haber cobrado vida. No necesitaba
verlo para saber lo que pasaba: se escuchaban piezas de metal rodando, y música
muy, muy alegre.
Cuando abrió los ojos su cara ya dibujaba una sonrisa. Vio
las piezas en movimiento, las luces de colores, la montaña por fin funcionaba.
Era justamente como la había imaginado.
Se sentía contento, pero había algo más. Una emoción más
profunda, que se presentaba en esas ocasiones especiales, luego de esforzarse y
conseguir algo difícil.
Respiró profundo, sentía a su corazón latir con ritmo de
fiesta. Encontró la mirada satisfecha de su padre.
- Sé muy bien lo que estás sintiendo. Es el sabor del
esfuerzo cuando se hacen las cosas bien.
- ¡Es mi sabor favorito! Quiero enseñarles a mi mami y a mi
hermana.
Salió corriendo del cuarto, y volvió con las chicas en un
minuto. Traían los ojos tapados, tenía que ser una sorpresa.
- ¡Ahora pueden ver!
Ellas no sabían qué era más sorprendente: la pequeña montaña
rusa, o los pequeños brincos de alegría que daba el niño.
- Fue muy difícil, las instrucciones estaban como en ruso,
pero entonces yo descubrí la clave y nos quedó perfecta.
- ¡Felicidades hermanito, sabía que podías hacerlo!
Mamá lo abrazó y pensó “Mi hijo puede hacer cualquier cosa
que se proponga”. Sólo bastó una mirada entre ambos. Él lo sabía.
Entonces mamá dijo lo que todos esperaban:
- ¡Vamos a celebrar!
Pasaron la tarde disfrutando su sabor favorito.