En el año 1996 tuve el honor de ser designado para
participar como juez en los Juegos Olímpicos. Mi primera experiencia olímpica
en Barcelona ’92 fue extraordinaria. Sin embargo, el evento de Atlanta ’96 me
dejó mucho para aprender.
Luego de un partido de tenis, cuando regresé a la sala de
árbitros, una televisión estaba transmitiendo las pruebas de atletismo. Todavía
siento como cambia mi respiración y se me pone la piel de gallina al recordar
una escena vivida hace tantos años. Mis compañeros de las más diversas
nacionalidades me dijeron emocionados que un ecuatoriano iba ganando en la
competencia de marcha. En el momento que Pérez cruzó esa línea me abrazaron y
me levantaron en hombros como si el caminante hubiera sido yo.
Revivo una emoción muy diferente al recordar que conocí el
Centenial Park la noche antes de que explotara la bomba. Fue el primer gran
aviso sobre la ingenuidad de sistemas de seguridad en Estados Unidos. Aprendí
que el exceso de confianza se paga en el deporte y en la vida.
Kerry Strug es una adolescente que hizo historia en esos
juegos: realizó un salto histórico pese a estar severamente lesionada en su
tobillo, y consiguió la medalla de oro en gimnasia olímpica por equipos para su
país. Todavía hay quienes se preguntan cómo pudo hacerlo. Es algo que merece
ser visto, se puede encontrar el video en Youtube (la versión original en inglés está en https://www.youtube.com/watch?v=YhGLXOV823U#t=801.904206). Corre, salta, y
prácticamente aterriza sobre un solo pie, luego de hacer una figura perfecta.
Estos tres hechos fueron temas de conversación mientras
esperábamos en el estadio olímpico hasta que se iniciara la Ceremonia de
Clausura. Les ofrezco algunos pensamientos que se expresaron en ese momento y
algunas unas reflexiones que han venido madurando desde entonces.
El hombre que levanta un país
Todos hemos escuchado la cinta repetida de un padre diciendo
“yo espero que mi hijo haga lo mejor que pueda y llegue hasta donde pueda
llegar”. La gente llega hasta donde puede llegar, y punto (no final, sólo
suspensivo… ya verán más adelante). Las personas normales preparan su cuerpo
para llegar hasta cierto límite, y llegan sólo hasta allí. Cuando uno no llega
hasta donde una vez quiso llegar, lo más probable es que no haya hecho lo que
se necesita para estar preparado y lograrlo.
Jefferson Pérez levantó más de una vez a todo un país. Sigue
siendo uno del los ecuatorianos con más alta popularidad. Varias personas me
han dicho que al verlo, escucharlo o estar cerca de él, se sienten capaces de
lograr más, de llegar más lejos, de ser mejores (y estoy seguro de que en más
de un aspecto se vuelven mejores que antes). Quieren ellos también levantar a
su país. Sin embargo llegan sólo hasta donde pueden, hasta donde se prepararon,
casi nunca hasta donde quisieron. Al final de la carrera tal vez hagan una
escena de ira o decepción para hacernos saber que deseaban algo más, pero en
definitiva se conforman con lo que obtuvieron. Claro, ellos no son Jefferson,
Andrés, Iván, Nico o Jorge, para mencionar a algunos de nuestros históricos,
que también llegaron hasta donde pudieron, pero eso significó alcanzar mucho
más que los demás, porque se prepararon para hacerlo. Muchos otros
sencillamente llegamos hasta donde llegamos. Unos pocos a veces nos atrevemos a
preguntarnos si podríamos tal vez haber llegado más lejos, si podríamos haber
logrado algo más.
Dónde está el saboteador
Nunca se descubrió quién puso la bomba en el parque más
importante de los Juegos Olímpicos del Centenario en Atlanta. Un hombre fue
acusado, estuvo preso, pero luego se demostró su inocencia. ¿Quién lo hizo
entonces? Parece que nunca se sabrá. Sí se sabe (pero no se habla mucho) de los
responsables de que ese sabotaje no ocurriera, que descuidaron la seguridad y
dejaron que se plante una bomba.
En la vida deportiva pasa lo mismo. Hay quienes conspiran
contra nuestro progreso, pero finalmente hay un responsable de prevenir ese
sabotaje. Hay una sola persona sobre quien recae la responsabilidad de éxito o
fracaso. Depende solamente de uno que se llegue hasta donde se quiso, o se
llegue hasta algún lugar intermedio del camino.
El poder más allá de las limitaciones físicas
La capacidad del cuerpo tiene límites, y en condiciones
normales esos límites no pueden ser superados. Por eso la mayoría de la gente
llega sólo hasta donde puede.
Sin embargo algunos han podido llegar más allá: muchos
atletas reportan experiencias en que superan sus propias capacidades. Algunos
alcanzan rendimientos extraordinarios, ganan partidos prácticamente perdidos o
se sobreponen a dolores intolerables, como lo hizo Kerry Strug.
Formaba parte de nuestro grupo de espera a la Ceremonia de
Clausura el entrenador de un buen atleta sudamericano, que había tenido una
gran actuación en Atlanta pese a no alcanzar medalla. Él nos dio una idea
interesante sobre el origen de esa energía extra que permite superar las
limitaciones del cuerpo. Es el alma, explicó emocionado. El espíritu entra en
juego cuando tu cuerpo ha llegado a su máximo. Si realmente te has preparado,
si realmente te has comprometido con tu cuerpo y con tu espíritu, cuando el
cuerpo alcance su límite, será el alma la que ponga el resto. Otro amigo que
escuchaba con la boca abierta, como si le estuvieran siendo revelados los más
profundos secretos del universo, atinó a objetar: Pero eso no se puede entrenar
¿Cómo te puedes preparar para que tu alma sepa cuándo tiene que aparecer y
aportar con su energía infinita? El entrenador extranjero respondió con total
calma, como si fuera esta una pregunta que le hacen todos los días (en
realidad, cada vez que cuento esta historia me preguntan a mí lo mismo). El
alma no se entrena, ella tiene todos los recursos necesarios y está en cada uno
de nosotros, lista para surgir cuando es requerida. Pero el alma se siente
requerida sólo cuando tienes real compromiso. Pero ese compromiso no se hace en
la competencia, sino que se realiza día a día. Sólo lo puedes tener si llevas a
tu cuerpo y tus capacidades al máximo en mientras practicas y te preparas.
Cuando entrenas tienes que saber que tu físico no puede dar más, hasta que la
sensación de que sólo puedes llegar hasta allí se te haga familiar. Así, cuando
estés en una competencia que realmente te importe (y sabes que te importa
porque te has preparado debidamente), no sólo vas a poder llevar a tu cuerpo a
su máximo, sino que cuando te des cuenta de que has alcanzado el tope de tu
rendimiento, tu espíritu entrará en juego, aportando con la energía y la
capacidad que te hace falta para llegar más lejos de lo que solo tu físico
habría podido.
Nadie llega más allá de lo que puede. Sin embargo, muchos
podrían haber llegado más lejos si no se hubieran dejado sabotear. Ellos son
quienes se han preparado responsablemente y han establecido un compromiso de
cuerpo y espíritu con sus metas.
Tomado de http://deportemental.blogspot.cpm