La capacidad de sentirse culpable por haber hecho algo malo
o haber sido injusto es una característica fundamental para un ser humano sano.
En estos tiempos, cuando también se han perdido la vergüenza y el respeto, parece
haberse desatado la idea de que de las únicas cosas por las que se debe sentir
culpa son dejar pasar la oportunidad de hacer algo placentero, o que te atrapen
haciendo algo malo. Se ha vuelto cada vez más difícil encontrar personas que
presenten la saludable conducta de arrepentirse de corazón por sus verdaderas faltas.
Sin embargo, el arrepentimiento, el remordimiento, el dolor
y la culpa, no terminan de ser sanos por sí solos. Son realmente una sensación
molesta que se produce desde la profundidad del ser, con la intención de motivar
al sujeto hacia reparar el daño que haya hecho. Mucha gente tiende a quedarse
allí, porque no tiene la fuerza, la valentía o los recursos para iniciar el
proceso de reparación. Cierto que es más fácil sentirse mal y castigarse a sí
mismo, que tratar de compensar a quien verdaderamente se afectó con lo que se
hizo o se dijo. Pero eso ya no es sano. Limitarse a sentirse culpable, o decir “lo
siento” de boca para fuera no es bueno para el afectado ni para uno mismo. Así
como el perdón honesto puede sanar al ofendido, la reparación puede completar
el proceso de sanación del que cometió el acto incorrecto o injusto, como
ocurrió con mi paciente de la conciencia quebrada. El primer paso decisivo a su recuperación, fue decidirse a pedir ayuda profesional.