Nuestra mente inconsciente está llena de
incongruencias, que se ponen de manifiesto en nuestras conductas, para unas
personas con más frecuencia que para otras.
Por eso, si no queremos quedar abrumados por las
incongruencias, necesitamos ver la vida desde una perspectiva dialéctica y no
lógica.
Mientras la dialéctica admite las incongruencias,
la lógica las niega, y a causa esa negación nos llenamos de conflicto y nos
hacemos sufrir.
¿Queremos algo/alguien o no lo queremos? Si lo
queremos tanto, ¿por qué lo saboteamos? ¿Será que realmente no lo queremos? Esa
es la más común incongruencia de las relaciones humanas que la lógica no puede
manejar. Si nuestra mente está abierta a la dialéctica, admite que los opuestos
estén integrados dentro de uno mismo, a la vez cooperando y en conflicto.
Esto no es fácil de aceptar, y desde fuera vemos
una conducta que niega a la otra, un sentimiento que niega al otro. Tomamos a
uno como la verdad y al otro como una mentira. Así, la lógica salvaje nos
separa y nos destruye.
La realidad dialéctica es que coexistir no es
simplemente negarse. Dos verdades contrapuestas pueden ser ciertas al mismo
tiempo. ¿Alguna vez has visto a un niño decir a su madre que la odia? Resulta
que es verdad, pero no es la única verdad. Es una verdad que (casi) todos
acabamos reprimiendo, y sabemos que eso no hace que deje de ser verdad. Desde
Freud se explicó extensamente como ese odio reprimido luego se manifiesta como
culpa o ansiedad que ayudan a estructurar la personalidad.
En las parejas es más complicado, porque una madre
perdona (casi) todo, mientras el hijo reprime y olvida; pero las parejas van
llevando cuentas, y muchas se acuerdan más de las verdades que duelen que de
las que confortan. Y lógicamente llegan a la conclusión de que si las cosas son
así, eso no puede ser amor. Y pese a amar mucho, el amor pasa a ser reprimido,
dejando aflorar al resentimiento. Viene de nuevo la lógica que dice, si hay
tanto resentimiento, ya no hay más amor.
En cambio la dialéctica dice que si hay
resentimiento, necesariamente hay amor. Reprimido, como el niño que reprimió su
odio y lo manifestó como culpa o ansiedad, el amor reprimido vuelve como
resentimiento, y a veces el resentimiento reprimido vuelve como apatía o como
huída. "No siento nada, ya no me importa" es una fase avanzada del
proceso de represión del amor. Es la cruel conclusión a la que lleva la lógica.
Pero si la dialéctica tiene la última palabra, la gran incongruencia nos dice a
gritos que el amor sigue con vida.