“Yo nunca lo habría hecho.” Es lo que todos pensamos con respecto a las
brutales acciones de soldados alemanes encargados de campos de concentración
durante la segunda guerra mundial. Pero la ciencia dice lo contrario: es muy probable
que tú y yo hubiéramos hecho exactamente lo mismo, causando dolor y muerte a
otro ser humano. Los estudios más famosos sobre este tema fueron llevados a
cabo en la universidad de Yale en 1961, a cargo del Psicólogo Stanley Milgram. Su
experimento investigó si es cierto que quienes reciben órdenes de una autoridad
socialmente aceptada como legítima son capaces de obedecerla, hasta el punto de
causar daños graves a un ser humano inocente.
El experimento fue el siguiente: Se invitó a un número de personas para
participar de unas pruebas científicas en la universidad. Allí, con causas
justificadas por una autoridad, un primer voluntario le aplicaría a otro una
secuencia de choques eléctricos que progresivamente se harían más fuertes. El segundo
voluntario, quien debía recibir los choques, era realmente un actor que nunca
recibía ni un solo chispazo de electricidad. Él debía sentarse en la habitación
de al lado, fuera de la vista del primer voluntario, y quedar asegurado a una
silla con electrodos conectados a sus muñecas. El único individuo a quien se
estudiaba era al voluntario que accionaba los interruptores eléctricos bajo las
instrucciones de otro actor que se hacía pasar por científico, el cual se
encontraba sentado en otro escritorio detrás de él. El tablero de interruptores
frente al sujeto investigado tenía treinta botones marcados desde Choque Leve (15 voltios) hasta Peligro: Choque Severo, seguido de dos
botones marcados XXX (identificados
con 435 y 450 voltios respectivamente).
Recordemos que los tomacorrientes comunes tienen una electricidad de 110 o 220 voltios.
Al recibir los supuestos choques, el actor emitía ruidos de dolor y, a medida
que el sujeto avanzaba en los botones, llegaba a pedir que no siguiera, hasta
finalmente dejar de hacer ruidos y de dar señales de vida. Esto ocurría al
llegar a 300 voltios, cuando daría un golpe fuerte en la pared y luego de eso
no haría ningún ruido ni daría ningún tipo de respuesta.
Antes de comenzar a administrar descargas eléctricas a la persona en la
otra habitación, todos los sujetos recibieron en su muñeca un choque de 45
voltios (que es en general considerado de molesto a doloroso). Este era el
único verdadero choque eléctrico que se aplicaba en todo el experimento. A
partir de esto, los sujetos estaban seguros de que estaban causando un dolor que
llegaba a ser extremo a otro ser humano, especialmente al momento de
administrar las descargas más potentes. Muchos mostraron signos de nerviosismo durante
la situación experimental y, en un gran número de casos, el grado de tensión
alcanzó expresiones extremas.
Las estadísticas finales siguen sorprendiendo al mundo. El 100% de los
participantes estuvieron de acuerdo con aplicar choques eléctricos dolorosos a
la persona en la otra habitación y accionaron los botones para hacerlo. El 100%
de los participantes continuaron aplicando choques eléctricos después de los 90
voltios, que es el doble del choque que ellos recibieron. El 100% de los
participantes continuaron aplicando choques eléctricos mientras escuchaban
reacciones de dolor. Si un sujeto se negaba a dar el siguiente choque, el actor
disfrazado de científico le pedía que continuase, con frases estandarizadas y
en tono neutro. Se usaban cuatro frases que iban desde “por favor continúe”, la más suave, hasta “no tiene otra opción, tiene que continuar”, la más severa. Pese a
que los sujetos en realidad sí podían detenerse en cualquier momento, ya que no
había ninguna amenaza ni castigo para ellos, el 100% de los participantes
continuaron aplicando choques eléctricos hasta llegar a los 300 voltios y
escuchar el golpe en la pared. Apenas el 12,5% de las personas se detuvieron en
este punto, mientras que el 87,5% continuó aplicando las descargas eléctricas
marcadas con la etiqueta “Choque de Intensidad Extrema”. Finalmente, sólo el 35%
de los participantes se rehusaron a llegar hasta el final de la prueba y
accionar el interruptor de 450 voltios marcado con XXX.
Esto quiere decir que casi dos de cada tres personas accionaron el
interruptor para aplicar el máximo voltaje posible a quien se encontraba en la
habitación de al lado, incluso luego de escuchar sus señales de dolor, de haber
escuchado golpes en la pared y de haber dejado de recibir señales de vida. Todos
explicaron que lo hicieron debido a que la persona con bata gris sentada detrás
de ellos les pedía que continuaran.
Este experimento entregó a la ciencia un hallazgo estremecedor, que
luego fue corroborado por múltiples réplicas realizadas alrededor del mundo: nuestra
sensibilidad a la influencia de otros puede empujarnos a ejecutar acciones opuestas
a nuestros valores morales más fundamentales, incluso llevándonos a la crueldad.
Esta conducta es frecuentemente explicada como obediencia a la autoridad o
conformidad con el grupo. Se presenta incluso cuando desobedecer no ocasiona
ningún castigo, y la autoridad no tiene poderes especiales para hacer cumplir
sus órdenes.
Es importante mencionar que el creador del experimento descendía de
sobrevivientes del holocausto nazi. El
Dr. Milgram realizó este estudio poco después de que Adolf Eichmann
(responsable directo del exterminio judío en campos de concentración) fuera
juzgado, condenado y ejecutado en Jerusalén. Eichmann intentó defenderse
diciendo que sólo estaba obedeciendo órdenes. ¿Sería justo considerar que los
soldados que torturaron y mataron a 6 millones de judíos bajo el régimen de
Hitler fueron víctimas de la sensibilidad a la obediencia? ¿Puede la obediencia
justificar la participación individual y voluntaria en la tortura y el
genocidio? ¿Habríamos actuado nosotros diferente?
En pleno siglo XXI la obediencia social sigue teniendo participación
preponderante en el genocidio, luego de que los actores principales se han
asegurado de que no se lo llame de esa manera. Cada año cerca de cincuenta
millones de vidas humanas son exterminadas con métodos que incluyen
envenenamiento químico, desmembramiento e incineración química. La presión
social lleva a que los familiares más cercanos de las víctimas sean empujados a
darles muerte, participando activamente en la decisión y en el proceso. La
obediencia se activa debido a que parte de la sociedad, la mayoría de medios de
comunicación, ciertos científicos y movimientos políticos respaldados por
poderosos grupos económicos, insisten en que es lo correcto. Para evitar
connotaciones negativas no se lo llama genocidio ni exterminio, sino aborto o interrupción
voluntaria del embarazo. Piénsalo bien: el aborto causa una muerte dolorosa a
un ser humano que está en un lugar donde no lo puedes ver, mientras alguien te
dice que hacerlo es lo correcto y que no
tienes otra opción. Se producen aproximadamente cincuenta millones de ejecuciones
de este tipo al año. ¿A qué se te parece?