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Oración de un padre

Dame oh señor,
un hijo lo bastante fuerte
para saber cuando es débil
y lo bastante valeroso
para enfrentarse consigo mismo
cuando sienta miedo.
Un hijo que sea orgulloso e inflexible
en la derrota honrada, y
humilde y magnánimo en la victoria.
Dame un hijo que nunca doble la espalda
cuando deba erguir el pecho.
Un hijo que sepa conocerte a ti
y conocerse a sí mismo,
que es la piedra fundamental de todo conocimiento.
Condúcelo, te lo ruego,
no por el camino cómodo y fácil,
sino por el camino áspero,
aguijoneado por las dificultades y los retos; ahí
déjale aprender a sostenerse firme en la tempestad
y a sentir compasión por los que fallan.
Dame un hijo cuyo corazón sea claro,
cuyos ideales sean altos,
un hijo que se domine a sí mismo,
antes que pretenda dominar a los demás;
un hijo que aprenda a reír
pero que también sepa llorar;
un hijo que avance hacia el futuro
pero que nunca olvide del pasado.
Y después que le hayas dado todo eso,
agrégale, te suplico,
suficiente sentido del buen humor,
de modo que pueda ser siempre serio,
pero que no se tome a sí mismo demasiado en serio.
Dale humildad,
para que pueda recordar siempre
la sencillez de la verdadera grandeza,
la imparcialidad de la verdadera sabiduría,
la mansedumbre de la verdadera fuerza.
Entonces, yo, su padre, me atreveré a murmurar:
No he vivido en vano.

Arturo Benavides
(1864-1937)